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La tuberculosis, el otro enemigo mortal de los mineros de Pakistán

Los trabajadores de las excavaciones de carbón del país, el quinto del mundo con la incidencia más alta de esta enfermedad, son uno de los colectivos más afectados por las duras condiciones laborales en los yacimientos

Minero carbón en la región de Chakwal en Pakistán
Mai Montero

Islamabad no despierta silenciosa ni a un ritmo escalonado. La llamada a la oración se cuela por las ventanas a las seis de la mañana y la ciudad se pone en marcha de una manera frenética. Casi al unísono. Todavía es de noche, pero los más de dos millones de habitantes de la capital de Pakistán conviven desde temprano con el tráfico, los vendedores ambulantes, los puestos de comida callejeros y rebaños de animales a escasos metros de algunos rascacielos que conforman una ciudad de grandes contrastes. La misión de un pequeño grupo de personas que forman Stop TB Partnership, una organización de las Naciones Unidas, y la Fundación Dopasi comienza a la misma hora. El destino esa mañana es una mina de carbón cercana a la localidad de Chakwal, en la provincia de Punyab.

Después de casi cuatro horas de trayecto, los miembros de la organización se mezclan con otros voluntarios de la misma, que han llegado un poco antes a la zona. El objetivo es acercarse a la población para diagnosticar los casos de tuberculosis, dar tratamiento a los positivos y evitar que sean estigmatizados en sus comunidades. En 2023, se comunicaron aproximadamente 600.000 casos nuevos de tuberculosis en Pakistán, con cerca de 50.000 muertes relacionadas con la enfermedad, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), que sitúa el país asiático como el quinto del mundo con la incidencia más alta. La tuberculosis resistente a los medicamentos, otra variante más agresiva, es un problema en aumento, ya que muchos pacientes no completan sus tratamientos por desconocimiento, por su situación de pobreza o por no tener acceso a los servicios de salud.

En los últimos meses, después de que Donald Trump firmase su segunda legislatura, casi 10.000 proyectos para detectar, tratar y combatir la tuberculosis han visto peligrar su existencia tras la congelación de fondos para la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). La propia organización Stop TB Partnership recibió una notificación de que se cancelaba su financiación en febrero, antes de recibir un segundo mensaje que anulaba esta orden. La incertidumbre todavía les acompaña a la hora de saber si podrán seguir adelante con todos sus proyectos. Incluido este, en Pakistán, muy centrado en la atención a mineros, trabajadores en fábricas de ladrillos y en la comunidad transgénero del país.

A lo largo de las dos últimas décadas, iniciativas como esta han salvado la vida de más de 79 millones de personas, según la OMS. La financiación de EE UU representó una cuarta parte del total para la lucha contra la tuberculosis, entre 200 y 250 millones de dólares (entre 185 y 231 millones de euros) anuales. Tras el anuncio de EE UU, la OMS emitió un comunicado en el que, según sus primeros informes, en los 30 países con mayor carga de tuberculosis la retirada de fondos “ya estaba desmantelando servicios esenciales”. Esta semana, la Administración de Trump recibía un último revés que puede invertir la balanza. Un juez federal en el Estado de Maryland emitió una orden que prohíbe al oligarca tecnológico Elon Musk y su Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) continuar el desmantelamiento de la Usaid. De no prosperar esta decisión, la lucha contra la enfermedad infecciosa que más muertes causa en el mundo supondría la pérdida de millones de vidas.

Un camino lleno de polvo desemboca en las inmediaciones de un campamento de mineros en Chakwal (Pakistán). Las condiciones son infrahumanas. A la entrada se puede observar un pequeño enterramiento cristiano. Justo al otro lado, se amontonan toneladas de carbón, extraído poco a poco de la mina en pequeños sacos de plástico a lomos de varias mulas. Sus tiendas de campaña están construidas con cuatro telas y varios palos de madera. Se estima que al menos 190 trabajadores murieron en minas de todo el país en 2024 debido a explosiones de gas, derrumbes y otros peligros relacionados con la falta de regulación y medidas de seguridad.Pero el otro enemigo mortal para los trabajadores es la tuberculosis.

Las minas en Pakistán tienen una alta incidencia de tuberculosis y otras enfermedades respiratorias debido a las duras condiciones de trabajo y la exposición prolongada al polvo de carbón. Se calcula que más de 100.000 hombres trabajan en unas 400 minas en el país. Muchos comienzan a trabajar desde los 13 años y a los 30 ya sufren enfermedades pulmonares crónicas, como la tuberculosis, la silicosis y la fibrosis pulmonar.

El acceso a la mina y el techo, según se avanza al interior, están asegurados con tablones de madera. Los trabajadores, con el torso desnudo, o ataviados simplemente con camiseta de manga corta, pantalones bombachos y unas sandalias, se hacen a un lado en la oscuridad cuando escuchan acercarse a los animales cargando los sacos o los gritos de algún compañero que los jalea. Las herramientas que disponen para extraer el material son tan sencillas como un pico y una pala. Con suerte, también cuentan con un frontal. Su sueldo no supera las 2.300 rupias pakistaníes por tonelada, unos 7,50 euros.

Tariq Irfan, de 43 años, es minero en Pakistán desde que era adolescente.

Tariq Irfan, de 43 años, es minero por herencia y desde que era adolescente. Hace cuatro años supo que había contraído tuberculosis y su mundo se vino abajo. No paraba de toser, se sentía débil y le faltaba el aire. “Trabajar en una mina es una experiencia cercana a la muerte”, asegura. Él, como muchos otros trabajadores, temía dar positivo y perder su trabajo. Estuvo un mes sin sueldo y a punto de perder su profesión cuando le detectaron la enfermedad. “Antes de que existiese este campo de detección la gente se encerraba en casa. Ahora animo a todo el que se encuentre mal o tenga sospechas de ser positivo a que venga a hacerse una radiografía”, añade.

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Así es el trabajo en las minas de Pakistán

Gracias a la Fundación Dopasi, subvencionada a través de Stop TB Partnership, esta situación ha cambiado para alrededor de 150.000 personas, entre mineros y sus familiares. La fundación lleva a cabo desde hace más de cinco años un proyecto mediante el cual los trabajadores de la mina no tienen que ausentarse hasta un centro de salud para realizarse estas pruebas y arriesgarse a perder su trabajo, sino que son los voluntarios de la organización los que se acercan a estos campos y desarrollan labores de detección mediante tecnología de rayos X. El objetivo de esta iniciativa, además de ayudar a la prevención y al tratamiento, es llegar a un acuerdo con los dueños de las minas para que los empleados no se vean suspendidos de empleo y sueldo. Entre 2019 y 2021, esta estrategia permitió aumentar en un 77,5% los diagnósticos de tuberculosis en las zonas donde se aplicó y brindar tratamiento a 429 pacientes.

De la mina de carbón a las fábricas de ladrillo

Azra Liaqait, de 40 años, recoloca el velo que lleva en su cabeza mientras cuenta su historia. Esta madre de cinco hijos perdió a dos de ellos por culpa de la tuberculosis, mientras ella también la padecía. Liaqait trabajaba junto a ellos, en una fábrica de ladrillos cercana a Islamabad, en la ciudad de Rawalpindi. Allí las condiciones son igual de duras que en las minas. Casas sin aislar, sin puertas y con techos de paja donde dejan sus pocas pertenencias personales. La contaminación y los gases tóxicos también favorecen las enfermedades respiratorias entre estos trabajadores.

La mayor parte del carbón que se extrae de los yacimientos mineros se destina a las fábricas de ladrillo de la zona. Estos se realizan uno a uno con bloques de metal, se secan primero al sol y después pasan a un horno subterráneo en el que se cuecen. Con ellos, se construirán los edificios de todo el país.

Como en el caso de los mineros, Liaqait tampoco tenía acceso a un tratamiento médico hasta que su hermano le habló de la Fundación Dopasi y pudo ser diagnosticada en la fábrica gracias a la tecnología de rayos X. Hasta entonces, pasó muchos meses viendo enfermos a sus hijos y sufriendo los mismos síntomas que ellos. Aislada y asustada, pero sin poder permitirse dejar su trabajo para sacar adelante a los otros dos. Ahora, entre lágrimas, explica que su experiencia también ha servido como ejemplo a su comunidad e insta a otras madres a encontrar ayuda. “Buscar tratamiento no es un signo de debilidad, es un acto de fuerza. No pude salvar a dos de mis hijos, pero haré todo lo posible por proteger al resto. Y quiero lo mismo para otras madres”, sostiene mientras un compañero le acaricia la cabeza en señal de apoyo.

La comunidad transgénero

La comunidad transgénero en Pakistán es otra de las más afectadas por la tuberculosis debido a lo complicado que es acceder al sistema de salud, el estigma social y la explotación sexual a la que a veces se ven forzadas. Aunque la Corte Suprema de Pakistán reconoció los derechos de las personas transgénero en 2009 y la Ley de Protección de los Derechos de las Personas Transgénero de 2018 otorgó reconocimiento legal, en la práctica estas garantías no se cumplen.

No existen registros en cuanto a la tasa de incidencia en la comunidad transgénero, pero el aislamiento social, el hacinamiento en las casas que comparten o los casos de VIH que, además, se registran en muchos pacientes hacen que una enfermedad como la tuberculosis sea más difícil de tratar.

Honey, junto a su amigo Aakash, en su casa de Rawalpindi en noviembre.

Abandonada por sus padres cuando era apenas una adolescente, Honey, de 38 años, maduró sola en las calles de Rawalpindi hasta que encontró apoyo y refugio dentro de su comunidad. Según relata, sus derechos en Pakistán son los mismos que hace 20 años. Hace tan solo dos se contagió de tuberculosis y, pese a que la fiebre y la tos cada vez eran más graves, temía ir al hospital por miedo a ser juzgada, engañada o abusada en el peor de los casos. Un día escuchó hablar de un campamento de detección y fue ahí cuando recibió un diagnóstico positivo. A partir de entonces, entabló amistad con uno de los voluntarios de Dopasi y ha ofrecido su casa en varias ocasiones como centro de diagnóstico de la fundación. En ella, una azotea, vive junto a otras cinco compañeras, que no paran de interrumpirla y preguntarle para pedirle consejo. Esa noche bailarán en una boda pakistaní como animadoras y todas quieren lucir bien. “Ahora estoy curada y tengo una segunda vida. Mis amigos son mi familia y lucharemos juntos. Estoy muy feliz por tenerlos”, afirma sonriente.


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Sobre la firma

Mai Montero
Es editora de portada en el equipo digital de EL PAÍS y escribe reportajes para otras secciones. Antes trabajó en otros medios como Periódico Magisterio, especializado en educación, y en Cambio16. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS, actualmente cursa el Grado de Derecho en la UNED.
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